Mérida, 27 Jul (Notimex).- La solemnidad y del folclor hidalguense y la festividad del veracruzano se hicieron presentes en la “Tierra del Mayab” entre sones, huapangos, caracolas y música de flauta y violín.

El centenario Teatro Peón Contreras de la capital yucateca se vistió de gala en el marco del Primer Festival de Danza Folclórica, engalanado por la compañía folclórica Magistral de Hildago, dirigida por Alejandro Camacho González, así como por el Ballet Folclórico Juvenil de Veracruz, de Gustavo Tapia Osorio.

Los hidalguenses abrieron la noche con una danza reticente al quinto sol, ese que la muerte y la vida pelean entre sí para dar vida a este nuevo mundo, donde el cacao y la tierra se fusionaron para engendrar esta cultura noble, emblemática del trabajo cotidiano.

La función de gala fue más que un encuentro musical para los cientos de presentes, que de manera unánime aplaudieron a los danzarines acompañados de música folclórica en vivo, tal y como lo obliga el Consejo Internacional de Organizaciones de Festivales Folklóricos (CIOFF) avalado por la Unesco.

Así los hidalguenses con su magia llevaron al espectador de la creación de este mundo a la danza de la flor, que rinde culto a la tierra en la sierra otomí, seguida de un canto a la luna, esa que proyecta sus rayos sobre el trabajo arduo, sobre quienes extraen de la noche la plata de la que viven muchos de este pueblo.

Los danzarines hidalguenses transportaron al espectador al Valle del Mezquital con su danza del Mixtle, antes de recordar cómo se viven en la huasteca hidalguense los sones de huapango, cuando el amor llega y el cortejo se vuelve en una hermosa danza el compromiso eterno de los enamorados.

Tras una hora de magia, en la que los danzarines simulan a los dineros de la plata y una mujer con sus acrobacias finge ser la luna y el zapatero suena como truenos sagrados, el canto de Hidalgo se hace presente para recordar a estos hombres y mujeres, herencia bendita de la cultura tolteca.

En esta festividad llegó el turno para los veracruzanos, jóvenes impetuosos que en el zapateo llevan la alegría del huapango y del son, de la mística del traje blanco, signo de una raza de hombres honestos que en el baile descargan la alegría del mar y de sus olas.

Las mujeres recuerdan con sus danzas de las cintas la promesa eterna a su Virgen Morena, mientras los hombres con su Danza de los Viejos o de los Muertos se burlan del fin de la existencia.

El huapango serrano, el que proviene de la huasteca veracruzana, es eterno cuando el arpa emite su sonido alegre y contagioso, cuando el requinto suena y la flauta recuerda que nada es improvisado, sino que todo tiene su raíz en los hombres del ayer.

El fin de la fiesta se acercaba y los aplausos se hacían uno solo, y de pie ovacionaban a los hombres que retan al viento con sus grandes penachos y sus caracolas; ellos son de Papantla, quienes retan a la altura para estar lo más cerca del Dios omnipotente.

Con ese mismo ímpetu, con el recuerdo de las calles empredradas, el sabor al mar, el chocolate caliente, los hombres jóvenes con sus mujeres coquetas danzan al ritmo del son jarocho.

En tanto, los poemas subidos de tono complementaron el gozo de los presentes, sin contar que serán ellos mismos al final de la jornada quienes subirán al escenario a ser parte de esa noche mística, en la que la danza y la música con arpa, guitarra y violín se funde en una fiesta, en una noche eterna en el Mayab.

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