“La luz de los Mayas” es un espectáculo con una duración de aproximadamente 30 minutos, que mezcla iluminación arquitectónica, audio y proyecciones de imágenes en el soberbio escenario que es el atrio del convento franciscano de San Antonio de Padua, el segundo más grande de mundo después de la Basílica de San Pedro en Roma.
Comenzando con las notas graves y bajos profundos de una pieza clásica coral, el espectador se sumerge en una atmósfera mística, donde sus sentidos se llenan de colores púrpura, siluetas de monjes de andar pausado y aroma a incienso… como invitando a tomar una pausa en el acelerado ritmo de la vida, que parece ralentizarse al llegar a la Ciudad de las Tres Culturas. El sonido hábilmente mezclado de un caracol maya, anuncia el fin de estos primeros seis minutos de meditación y contemplación termina en medio de una oscuridad y silencio totales.
Luego, un acorde sostenido y dos ruedas calendáricas mayas de blanco intenso, aparecen en cuatro arcos simétricos, contiguos a la entrada de la Capilla de la Tercera Orden: “Ha llegado el tiempo de saber, ha llegado el fin del ciclo, la causa última, la vuelta del cielo…”
Todo el cuadrángulo, de proporciones áureas, parece vibrar a la misma frecuencia de la voz del narrador que –con tono profético- anuncia el descenso de “Zamná”, el Dios Maya del conocimiento, avatar de los tiempos, cuando la Gran Izamal era la Jerusalén del Mayab. Después con la intervención de una voz femenina, los mayas nos cuentan su historia de viva voz, en un tono de reconciliación hacia sus conquistadores: “Los ojos del monte se han secado las lágrimas… ya no hay por qué llorar, el dolor y la injusticia se han quedado en la corteza del balché… los códices se han quemado en el fuego de Landa (Fray Diego)…”
De los muros del convento cuatro ventanas se abren al “no-tiempo” maya y se van pintando con murales de color intenso, de estampas fijas y en movimiento que –sincrónicamente a la narración y en dos planos (fondo y frente de la arcada)- nos sumergen poco a poco en un relato que no parece tener su origen en los libros de historia o en la poesía del Popol Vuh, más bien en el centro mismo del espíritu que habla a los “cuatro batabes” con frases para los que tienen ojos y oídos: “Es así que nuestros hermanos, los franciscanos, nos enseñaron a leer y escribir… y a adorar al divino de la cruz”.
Sin duda alguna, el respeto a los dueños del recinto se manifiesta, en especial a la dueña del vitral y los corazones de los izabaleños: la Virgen de la Inmaculada Concepción, esplendorosamente proyectada en un nicho que, gracias a la avanzada tecnología utilizada, parece surgir de las paredes por un instante.
Así, la cadencia y ritmo de las secuencias nos llevan de la mano por dieciocho minutos en los cuales contemplamos el arte maya y sus protagonistas, dejando a la imaginación completar las líneas de los frescos virtuales que ilustran aspectos de la vida del maya clásico, que por momentos nos lleva en hombros para caminar en sus templos y sus montes, gracias a la sensación que producen los movimientos de cámara en las cápsulas de video.
La tesis del documental se manifiesta al final, al compás de un “crescendo” musical, cuando se nos revela el verdadero rostro de los narradores: “Estos somos nosotros, los mayas…” y la esencia pura del mensaje: “…Y esta es nuestra luz”.
Culmina todo con una espectacular iluminación que magnifica la belleza arquitectónica del convento, para luego descender suavemente de intensidad, llevando al crononauta espectador a un remanso de paz, sentimiento que “Lux Aeterna” –la partitura final- lleva en sus notas.
“La luz de los Mayas” se presenta todos los martes, jueves, viernes y sábados, a las 8:30 p.m.”